jueves, 24 de julio de 2014

¡Te vas a cambiar de sabor!

Palpitando cada momento, saboreando esas pequeñas nimiedades que llevan hacia el placer.
Ventanas, que como prismas deconstructores, canalizan ideas, sentimientos y experiencias. Son faros de claridad y sosiego. Traen la calma, en medio de la vorágine cotidiana.

Cuando tengas cuarenta, vas a estar casada con uno, dos, tres hijos...

El otoño es tiempo de nostalgia por excelencia. Serán las hojas arremolinadas por el viento, las hojas; luego caídas (y pisoteadas), traen recuerdos de proyectos y situaciones.

¡Ay Catalina, me estás volviendo loca!

Conviven con todo esto sombras desgarradas, uno las descubre por sus harapos, su andar cansino y la inclinación de su postura. Se ve que el otoño (¿el otoño?) se ensañó con ellos. Ni una hoja les ha dejado. Ahora son seres sin otoño, sin recuerdos ni nostalgia.

Te vas a caer y te vas a golpear.

Pedazos de ciudad, pedazos de hombres, pedazos de cosas y recuerdos que quedan en el tiempo. Lugares que se recorren por primera y última vez, seres que se conocen, y con los que no se volverá a hablar jamás.

No puede ser que este acá parado hace media hora, tendría que haber tomado un auto.

La inmensidad de la vida, diluida en la cotidianidad; para huir de ese traumático pensamiento.
La angustia es humana, dejemos de intentar escapar de ella.


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